15 de octubre de 2009

50 MILLONES

Si, cincuenta milones de euros . . . para conseguir varios miles de bostezos.

Es lo que ocurre cuando una historia se falsea y por lo tanto se inventa. Es lo que pasa al contratar actores que nada dicen, nada transmiten y nunca emocionan. Es lo que sucede cuando la falta de recursos narrativos quiere ser suplida por la machacona música, siempre con un registro muy alto. Es lo que acontece cuando un proyecto le viene grande al arquitecto, un equipo a un entrenador o una película a un director.

Porque resulta que Amenábar, teniendo en sus manos una buena historia, no cuenta nada. Salvo la fotografía (a veces) y el vestuario (siempre), todo lo demás parece que está en la película sólo para rellenar (¡que pena de movimiento de masas!, ni siquiera en esos momentos logra uno creerse la película). Sólo hay pasión, credibilidad y emoción en contadas escenas de la protagonista: cuando Hypatia habla o sueña con la ciencia son los únicos momentos donde te metes en la historia. Y lamentablemente, esos momentos no son muy abundantes.

Poco se conoce de Hipatia, salvo que fue una filósofa con inquietudes matemático-astronómicas y adelantada a su tiempo. También sabemos que murió a manos de unos extremistas cristianos en medio de una lucha por el poder político-religioso. Y ahí es donde Amenábar se carga la película: en su afán por demonizar todas las religiones (muy especialmente la cristiana), se olvida de hacer una película. El director, cual si de un contador de cuentos infantiles se tratase, decide hacer a los malos muy malos y a los buenos muy buenos con un sutil y trasnochado odio que al espectador inteligente le empieza provocando una sonrisa para terminar dando cabezadas, mirando el reloj y aflorando el mal humor. Y eso que, gracias a Dios (o quién sabe si a Hypatia), en el montaje han recortado veinte minutos de película.

Y lo peor no es que Amenábar te intente tomar el pelo, sino que tu te des cuenta de ello . . . previo pago de la entrada.